sábado, 8 de diciembre de 2012

El hombre en llamas.

¡Clic! Cae la primer chispa
De mi mano fría y adormecida
El abuso la ha vuelto torpe
Del piso germinan carmines

El Rey de un trono impuesto
Invade con negaciones mi aire
A sus pies, disponen botones,

Los botones en su piel florecen
De su boca una plegaria nace.
A su Dios implora por perdón
Y sobre mi estirpe él maldice

Las flores al pobre rey abrazan
Su carne en ébano transforman,
Su mente del cuerpo desenlazan

Del ébano aparecen fantasmas,
Sombras de la noche anterior,
Y en sus cuencas nuevas perlas
Tesoros que al trono le llevaron.

El silencio regresa una vez más
El rey ya no es, el rey ya no será
Ahora no es más que una imagen

El rey regresa a veces a mi cabeza
Pero ya no es rey, es un mendigo
Su trono no es más que una silla
Y su imagen no es más que ceniza







martes, 4 de diciembre de 2012

De Cacharro a amiga


Querido lector, quiero contarte sobre el objeto en mi casa cuyo propósito original sólo logró una vez pero antes y después de ésa única vez cumplió con una gama de propósitos increíble, desde chatarra hasta amiga, pero para que te pueda contar sobre éste peculiar objeto, debo contarte toda la historia.
Había una vez, una de ésas muchas veces, en las misteriosas y bajas tierra de Tepito, un joven y honesto joyero llamado Daniel, Daniel se especializaba en vender “fantasía”, joyería hecha de metales no preciosos que aparentan serlo, a gente no tan honesta como él, que utilizaba aquello que le compraban a Daniel para engañar a pobres ingenuos y venderles la “fantasía” cómo verdadero oro. Un día uno de éstos clientes compró mucha mercancía a Daniel, sin embargo, no tenía el dinero suficiente para pagarla toda, por lo que ofreció un trato a Daniel, el hombre le pagaría a Daniel una parte en efectivo y la otra con algunas otras cosas que clientes suyos le habían entregado en similar manera a la que iba a ocurrir en ésta transacción; Daniel, sabiendo que la parte en efectivo cubría el capital y que el hombre era cliente regular suyo, accedió y junto con el dinero recibió: Una etiquetadora mecánica, una engrapadora hidráulica, un sacapuntas eléctrico y una guitarra clásica española, de cuerpo y brazo de caoba, tapa de cedro barnizada con un tono anaranjado y negro delineado, no muy grande para una guitarra española, en su cabecera la leyenda “Valencia” en letras rústicas, diamantes color ámbar de círculo completo colocados de manera inusual en los trastes 3, 5, 7 y 10,  de principio a fin, toda una artesanía.
Con el paso del tiempo, hasta la fecha, Daniel ha pasado por muchas profesiones, por muchos pasatiempos y ninguno de ellos fue la música, menos se diga la guitarra, la cuál, abandonada y extrañando la calidez de unas manos, dejó de ser guitarra y pasó a ser de ser el pago de un estafador, a un guarda polvos.
Algunos años después Daniel conoció a una joven mujer coreana de nombre Kyung Hi, a quién posteriormente llamaría Gia y posteriormente esposa. Gia y Daniel tuvieron un hijo, Alejandro; durante su niñez, Alejandro gustaba de comer porquerías a escondidas de su madre, sin embargo, no era muy hábil deshaciéndose de la evidencia y en lugar de tirar las envolturas, por miedo a que le descubrieran escondía la basura para después poder tirarla en algún lugar dónde sus padres no vieran, lamentablemente Alejandro olvidaba muchas veces qué había escondido y dónde. Uno de los escondites de Alejandro se encontraba en su casa, en la habitación de huéspedes, la cuál alojaba todo menos huéspedes y era más bien cómo un botadero, de ésa clase de cuartos que todos tienen, dónde las cosas sin propósito inmediato dan a dar, casi cómo una bodega, ahí se guardaban fotos, ropa, viejos casetes de VHS y Beta y entre todas esas curiosidades y más, un viejo guarda polvos en forma de guitarra, guarda polvos que pasó de guardar polvo a esconder incriminadora evidencia del mal comportamiento del niño.
Durante un breve tiempo, en la primaria, Alejandro fue invadido por la idea de que entrar a clases de guitarra sería divertido, ya que muchos de sus amigos la tomaban, así que entusiasmado, pidió a su padre el viejo escondite de evidencia en forma de guitarra, ya que, para entrar a clases de guitarra, requieres de una guitarra o algo que se le parezca. El primer día de clase llegó y Alejandro llevó su escondite en forma de guitarra solo para que no le gustara la clase y encima de todo le dijeran que su escondite en realidad era una guitarra vieja y descompuesta, con el brazo doblado por el paso del tiempo ya que nadie destensó las cuerdas en tanto tiempo, ésa guitarra no era más que un cacharro. Esa clase fue la primer y última clase de guitarra que Alejandro tomaría en ésa escuela.
Los años pasaron y Alejandro creció y creció, hasta que un día, su madre decidió que lo mejor para su hijo era que él fuera a estudiar un tiempo en el extranjero para expandir sus horizontes y dominar otro idioma, Alejandro se fue dejando todo atrás, su familia, sus amigos, su escuela, su casa, su vieja y entre otras cosas, su cacharro.
Gia la madre de Alejandro trabajaba muy duro día a día (cosa que hasta la fecha sigue haciendo por su hijo) vendiendo bolsas y carteras de dama para obtener un ingreso para poder mandarlo y que a su hijo nada le faltara. Entre las clientas de Gia, se hallaba una mujer mayor, Susana, quién en años más mozos vivió una vida muy bohemia, llena de glamour, llena de música. Susana encontraba gracia en Gia, por lo que de vez en cuando, cantaba para ella, esto a Gia deleitaba, hasta que un día, le pidió a Susana le enseñara cómo cantar así.
Las clases con Susana comenzaron y ella insistió en que Gia también debía aprender a acompañarse, ya que, por más bella que sea una voz, un acompañamiento, siempre y cuándo bien hecho, nunca está de más en una pieza a capella, por lo que Gia recordó, qué en su casa había un viejo cacharro y se lo mencionó a Susana, Susana, habiendo sido instruida en la guitarra animó a Gia a que trajera el cacharro.
Gia deseosa de poder aprender bien, pidió a su esposo reparara el cacharro, cosa que hizo, cambio los afinadores circulares y viejo que tenía por unos nuevos con una forma similar a la de un cangrejo, entonces, el cacharro se volvió proyecto.
El año en el extranjero de Alejandro había acabado y regresó ansioso a casa, dejando atrás todo de nuevo, sus amigos, su escuela, pero no todo fue malo, también regresó a aquello que había abandonado la primera vez: su familia, sus otros amigos, su otra escuela y su cacharro que ahora era proyecto.
Deseosa de que su hijo experimentara el gozo que ella tenía con cada clase pidió a Susana que también le enseñara a Alejandro, petición a la cuál accedió Susana, sin embargo Alejandro no aprendería a cantar, él aprendería a tocar la guitarra nada más. Al principio Alejandro tomó la clase muy a regañadientes y se frustró ya que, habiendo aprendido a tocar el violín previamente, el cambio de un instrumento de cuerdas a otro le fue difícil, aun así, con insistencia de su madre y ayuda compasiva y amable de Susana, Alejandro aprendió y el proyecto pasó de ser proyecto a ser algo que unió un poco más a madre e hijo.
Después de un tiempo, Alejandro habiéndose abierto a nuevos géneros musicales más actuales, no estaba satisfecho ya con las clases de Susana, por lo que las interrumpió de manera abrupta y grosera, no hay día alguno en que él no se lamente de haber actuado tan inmaduramente con alguien tan amable que tanto le había enseñado. Una vez acabadas las cosas con Susana, Alejandro se buscó otra escuela dónde aprender a tocar cómo sus héroes de la guitarra recién adquiridos y llegó a ApArte dónde aquello que unió a madre e hijo se volvió anhelo.
3 años pasaron y Alejandro entró a la prepa, el tiempo libre se acabó y tuvo que dejar sus clases de guitarra, sin embargo, todavía tocaba muy frecuentemente en sus ratos de ocio en su cuarto. En la prepa Alejandro vivió muchas cosas muy buenas y otras muy malas, entre las malas, Alejandro entró en una fuerte depresión por un buen tiempo, en el cuál su único consuelo era tratar de sublimar aquello con palabras, con música, con su guitarra, así el anhelo se tornó consuelo.
Con ayuda de su terapeuta, su familia y sus amigos, Alejandro logró superar la depresión y recuperarse, entre las sesiones, el notó algo, la compañía fue lo que en verdad le ayudó a superar todo eso, sólo no habría podido, y junto con sus amigos y su familia, había algo más acompañándolo, su guitarra.
Acabada la prepa Alejandro llego a la universidad y aunque ya no pueda tocar tanto cómo el quisiera, su guitarra aun le hace compañía, en las buenas y en la malas, incluso le ayudó fungiendo cómo tema de una tarea.
Y ésa es la historia de mi guitarra, el objeto en mi casa que ha tenido más funciones de la que originalmente tenía, de pago, a guardapolvo, a escondite, a chatarra, a proyecto, a algo que unió más a madre e hijo, a un anhelo, a consuelo, a compañía, a tema de tarea, pero más que todas éstas cosas, ella es mi amiga, mi viejita (tiene casi 50 años) porque está conmigo en la buenas y en la malas, cuándo yo no puedo expresarme sólo, ella me ayuda a decir sin palabras, por eso y por mucho más en serio dudo que haya otro objeto en mi casa que la supere en cuánto al cariño que le tengo y al número de los usos que se le han dado se refiere.