lunes, 11 de junio de 2012

Sobre un suicidio


Eran dos, dos eran las almas vagabundas que le rodeaban, en lento baile, en eterno vaivén, hablándole, susurrando con dulce voz, tempestivas ideas que no iban acorde con el tono que viajaban a sus oídos, repitiendo: introducción, motivo, puente y motivo, una dulce sonata de susurros sobre locura:


Hazlo...
Acabalo de una vez...
Sabes que ha perdido motivo...
Hazlo ya...
Acabalo de una vez...


Su taciturna mano, tomando la vieja navaja de su padre, acercándose a su joven cuerpo, a sus muñecas, a si ser, a su cuello, viajando lentamente cual frió viento en el cálido terreno que era solía ser su piel, surcando y dividiendo su envoltura porcelana, la sensación de vitalidad, de pertenencia, como si el filo de la hoja hubiera alguna vez habitado en ella, como si regresara a casa, el frío, la tristeza, abandonando su cuerpo, poco a poco,borbotones escarlatas bajando poco a poco, sensación de tranquilidad, de calidez, de paz.


Nada podría interrumpir el momento, ella, la hoja y las voces, todos hecho uno, en festivo rito, pasaje al otro lado, ya nada le esperaba en esta vida, de este lado y con una sonrisa, se perdió, llego a un lugar, donde nadie le encontraría, saludo a su vieja amiga, y apresurando su encuentro, la saludo con una sonrisa.