Querido
lector, quiero contarte sobre el objeto en mi casa cuyo propósito original sólo
logró una vez pero antes y después de ésa única vez cumplió con una gama de
propósitos increíble, desde chatarra hasta amiga, pero para que te
pueda contar sobre éste peculiar objeto, debo contarte toda la historia.
Había
una vez, una de ésas muchas veces, en las misteriosas y bajas tierra de Tepito,
un joven y honesto joyero llamado Daniel, Daniel se especializaba en vender
“fantasía”, joyería hecha de metales no preciosos que aparentan serlo, a gente
no tan honesta como él, que utilizaba aquello que le compraban a Daniel para
engañar a pobres ingenuos y venderles la “fantasía” cómo verdadero oro. Un día
uno de éstos clientes compró mucha mercancía a Daniel, sin embargo, no tenía el
dinero suficiente para pagarla toda, por lo que ofreció un trato a Daniel, el
hombre le pagaría a Daniel una parte en efectivo y la otra con algunas otras
cosas que clientes suyos le habían entregado en similar manera a la que iba a
ocurrir en ésta transacción; Daniel, sabiendo que la parte en efectivo cubría
el capital y que el hombre era cliente regular suyo, accedió y junto con el
dinero recibió: Una etiquetadora mecánica, una engrapadora hidráulica, un
sacapuntas eléctrico y una guitarra clásica española, de cuerpo y brazo de
caoba, tapa de cedro barnizada con un tono anaranjado y negro delineado, no muy
grande para una guitarra española, en su cabecera la leyenda “Valencia” en
letras rústicas, diamantes color ámbar de círculo completo colocados de manera
inusual en los trastes 3, 5, 7 y 10, de
principio a fin, toda una artesanía.
Con
el paso del tiempo, hasta la fecha, Daniel ha pasado por muchas profesiones,
por muchos pasatiempos y ninguno de ellos fue la música, menos se diga la
guitarra, la cuál, abandonada y extrañando la calidez de unas manos, dejó de
ser guitarra y pasó a ser de ser el pago de un estafador, a un guarda polvos.
Algunos
años después Daniel conoció a una joven mujer coreana de nombre Kyung Hi, a
quién posteriormente llamaría Gia y posteriormente esposa. Gia y Daniel
tuvieron un hijo, Alejandro; durante su niñez, Alejandro gustaba de comer
porquerías a escondidas de su madre, sin embargo, no era muy hábil
deshaciéndose de la evidencia y en lugar de tirar las envolturas, por miedo a
que le descubrieran escondía la basura para después poder tirarla en algún
lugar dónde sus padres no vieran, lamentablemente Alejandro olvidaba muchas
veces qué había escondido y dónde. Uno de los escondites de Alejandro se
encontraba en su casa, en la habitación de huéspedes, la cuál alojaba todo
menos huéspedes y era más bien cómo un botadero, de ésa clase de cuartos que
todos tienen, dónde las cosas sin propósito inmediato dan a dar, casi cómo una
bodega, ahí se guardaban fotos, ropa, viejos casetes de VHS y Beta y entre
todas esas curiosidades y más, un viejo guarda polvos en forma de guitarra,
guarda polvos que pasó de guardar polvo a esconder incriminadora evidencia del
mal comportamiento del niño.
Durante
un breve tiempo, en la primaria, Alejandro fue invadido por la idea de que
entrar a clases de guitarra sería divertido, ya que muchos de sus amigos la
tomaban, así que entusiasmado, pidió a su padre el viejo escondite de evidencia
en forma de guitarra, ya que, para entrar a clases de guitarra, requieres de
una guitarra o algo que se le parezca. El primer día de clase llegó y Alejandro
llevó su escondite en forma de guitarra solo para que no le gustara la clase y
encima de todo le dijeran que su escondite en realidad era una guitarra vieja y
descompuesta, con el brazo doblado por el paso del tiempo ya que nadie destensó
las cuerdas en tanto tiempo, ésa guitarra no era más que un cacharro. Esa clase
fue la primer y última clase de guitarra que Alejandro tomaría en ésa escuela.
Los
años pasaron y Alejandro creció y creció, hasta que un día, su madre decidió
que lo mejor para su hijo era que él fuera a estudiar un tiempo en el
extranjero para expandir sus horizontes y dominar otro idioma, Alejandro se fue
dejando todo atrás, su familia, sus amigos, su escuela, su casa, su vieja y
entre otras cosas, su cacharro.
Gia
la madre de Alejandro trabajaba muy duro día a día (cosa que hasta la fecha sigue
haciendo por su hijo) vendiendo bolsas y carteras de dama para obtener un
ingreso para poder mandarlo y que a su hijo nada le faltara. Entre las clientas
de Gia, se hallaba una mujer mayor, Susana, quién en años más mozos vivió una
vida muy bohemia, llena de glamour, llena de música. Susana encontraba gracia
en Gia, por lo que de vez en cuando, cantaba para ella, esto a Gia deleitaba,
hasta que un día, le pidió a Susana le enseñara cómo cantar así.
Las
clases con Susana comenzaron y ella insistió en que Gia también debía aprender
a acompañarse, ya que, por más bella que sea una voz, un acompañamiento,
siempre y cuándo bien hecho, nunca está de más en una pieza a capella, por lo que Gia recordó, qué
en su casa había un viejo cacharro y se lo mencionó a Susana, Susana, habiendo
sido instruida en la guitarra animó a Gia a que trajera el cacharro.
Gia
deseosa de poder aprender bien, pidió a su esposo reparara el cacharro, cosa
que hizo, cambio los afinadores circulares y viejo que tenía por unos nuevos
con una forma similar a la de un cangrejo, entonces, el cacharro se volvió
proyecto.
El
año en el extranjero de Alejandro había acabado y regresó ansioso a casa,
dejando atrás todo de nuevo, sus amigos, su escuela, pero no todo fue malo,
también regresó a aquello que había abandonado la primera vez: su familia, sus
otros amigos, su otra escuela y su cacharro que ahora era proyecto.
Deseosa
de que su hijo experimentara el gozo que ella tenía con cada clase pidió a
Susana que también le enseñara a Alejandro, petición a la cuál accedió Susana,
sin embargo Alejandro no aprendería a cantar, él aprendería a tocar la guitarra
nada más. Al principio Alejandro tomó la clase muy a regañadientes y se frustró
ya que, habiendo aprendido a tocar el violín previamente, el cambio de un
instrumento de cuerdas a otro le fue difícil, aun así, con insistencia de su
madre y ayuda compasiva y amable de Susana, Alejandro aprendió y el proyecto
pasó de ser proyecto a ser algo que unió un poco más a madre e hijo.
Después
de un tiempo, Alejandro habiéndose abierto a nuevos géneros musicales más
actuales, no estaba satisfecho ya con las clases de Susana, por lo que las
interrumpió de manera abrupta y grosera, no hay día alguno en que él no se
lamente de haber actuado tan inmaduramente con alguien tan amable que tanto le
había enseñado. Una vez acabadas las cosas con Susana, Alejandro se buscó otra
escuela dónde aprender a tocar cómo sus héroes de la guitarra recién adquiridos
y llegó a ApArte dónde aquello que unió a madre e hijo se volvió anhelo.
3
años pasaron y Alejandro entró a la prepa, el tiempo libre se acabó y tuvo que
dejar sus clases de guitarra, sin embargo, todavía tocaba muy frecuentemente en
sus ratos de ocio en su cuarto. En la prepa Alejandro vivió muchas cosas muy
buenas y otras muy malas, entre las malas, Alejandro entró en una fuerte
depresión por un buen tiempo, en el cuál su único consuelo era tratar de
sublimar aquello con palabras, con música, con su guitarra, así el anhelo se
tornó consuelo.
Con
ayuda de su terapeuta, su familia y sus amigos, Alejandro logró superar la
depresión y recuperarse, entre las sesiones, el notó algo, la compañía fue lo
que en verdad le ayudó a superar todo eso, sólo no habría podido, y junto con
sus amigos y su familia, había algo más acompañándolo, su guitarra.
Acabada
la prepa Alejandro llego a la universidad y aunque ya no pueda tocar tanto cómo
el quisiera, su guitarra aun le hace compañía, en las buenas y en la malas,
incluso le ayudó fungiendo cómo tema de una tarea.
Y
ésa es la historia de mi guitarra, el objeto en mi casa que ha tenido más
funciones de la que originalmente tenía, de pago, a guardapolvo, a escondite, a
chatarra, a proyecto, a algo que unió más a madre e hijo, a un anhelo, a
consuelo, a compañía, a tema de tarea, pero más que todas éstas cosas, ella es
mi amiga, mi viejita (tiene casi 50 años) porque está conmigo en la buenas y en
la malas, cuándo yo no puedo expresarme sólo, ella me ayuda a decir sin
palabras, por eso y por mucho más en serio dudo que haya otro objeto en mi casa
que la supere en cuánto al cariño que le tengo y al número de los usos que se
le han dado se refiere.