sábado, 2 de febrero de 2013

Isanghe.

Deprimido, casi muerto de cansancio y vencido, son los tres mejores adjetivos que podrían venir en mente a cualquier persona, si tan solo pudieran ver a la atormentada alma del miserable alquimista sentado en su escritorio aquella triste noche sin Luna. Para él las sorpresas del mundo habían cesado, su ciencia lo había despojado de la maravillosa maldición que el hombre había bautizado como duda, no había misterio alguno que no pudiera ser vislumbrado por su saber y esto le hacía miserable; la vida había perdido sentido, con todas las respuestas en mano, no habría preguntas y sin preguntas ¿Qué quedaría por pensar? Nada... y si no hay en que pensar, no hay nada porqué existir.

-Sigo aquí- se decía a sí mismo, esperando el momento para desaparecer, anhelando arder, esperando a algo acontecer, pero nada, todo estaba como siempre. -Sigo aquí...-.

Los días pasaron y el alquimista no desaparecía, no dejaba de existir, cada día era tormento, ¿Cómo puede existir alguien sin razón? solo en agonía.